Los siguientes relatos, fueron escritos por 2 pacientes, muy apreciados de mi consulta, quienes participaron en sesiones de terapia de sonido en mi consultorio. Les pedí que describieran su experiencia como parte del ejercicio terapéutico de poner en palabras o texto las sensaciones, percepciones y reflexiones.
CASO 1.
Entre los años 90 y 2000 existía el Windows Media Player, una experiencia psicodélica en la que las ondas de la música bailaban a través de colores y vibraciones. Para mí, ese fue el primer encuentro donde la música dejó de ser solo sonido, convirtiéndose en una experiencia visual que me sumergía en un universo de formas, colores y luces.
He sido paciente del Dr. Juan Manuel Orjuela durante un año, y lo que hemos construido juntos es mucho más que un tratamiento. Para mí, ha sido un viaje de transformación, donde su profesionalismo y su inmensa calidad humana han sido como un GPS que me dan guía. Cada visita no es solo llegar a un consultorio a hablar y recibir una fórmula médica y hablar de mi diagnóstico; es una conversación profunda sobre hábitos, nutrición, y rutinas que se han convertido en pequeñas semillas que han germinado con el tiempo y de las cuales ahora recojo algunos de sus frutos. Por eso, cuando me habló de la terapia de sonido, mi respuesta fue “¡Wow, de una!”
La terapia de sonido es una práctica que utiliza la vibración y los sonidos generados por instrumentos como cuencos tibetanos, campanas o gongs para inducir un estado de relajación profunda, equilibrio y bienestar. A través de las vibraciones, se busca armonizar el cuerpo y la mente, promoviendo un espacio de introspección y sanación sin necesidad de recurrir a sustancias externas.
No quiero hacer spoilers, pero la experiencia es increíble. Desde el momento en que me acuesto en la camilla hasta las sensaciones que empiezo a experimentar, todo parece un viaje muy diferente a cualquier otra cosa que haya sentido antes, incluso comparado con las drogas recreativas. Es un viaje que nunca había vivido antes. Si pudiera describirlo, y sin haberlo probado, creo que esto es lo que las personas deben sentir cuando consumen hongos.
Todo comienza con una meditación guiada, que me ayuda a conectar con el presente y lo que está por suceder. En ese momento, me sumerjo en mi interior, guiada por la voz del Dr. Juan Manuel. En este estado, que se siente como un sueño profundo pero consciente, su voz me dice que me concentre en mi corazón, en cómo se siente y cómo es el centro de mi cuerpo. Mientras tanto, en mi cabeza suena “remind me that we’ll always have each other when everything else is gone”, y mi corazón parece convertirse en una ilustración del video Dig de Incubus.
Cuando llego al punto más profundo, me concentro en el sonido de la música, los cuencos y otros instrumentos. Es ahí donde siento que mis ojos se convierten en un Windows Media Player y puedo ver las ondas más agudas de la música en amarillo eléctrico y las más graves en azul eléctrico. Cada nota vibra y configura formas que solo mis sentidos pueden descifrar.
Luego, viví un momento de tensión, una especie de nudo en el aire. La música me hizo sentir en un estado de alerta, y pude percibirla abrazando mi corazón, con la sensación del trueno en la mitad de una tormenta, como si fuera una nube gris que se dispersaba desde el centro hacia todas mis extremidades. Pero, justo cuando el nudo parece apretarse más, el sonido cambia, y de pronto, soy una ola del mar. Me deslizo con ese flow, subiendo y bajando, moviéndome con la calma del océano. Me sentí arrullada por esa sensación, y pude oler la sal del mar, sentir la arena y la brisa cálida tan característica del Caribe.
De nuevo escuché la voz del doctor, esta vez pidiéndome que regresara del mar al consultorio donde estábamos. Poco a poco volví a sentir mi cuerpo: mis manos, mis pies, mi pecho y mi cuello. En ese momento, el Dr. Juan Manuel cerró la terapia con un reconocimiento a mi proceso, al año que llevamos trabajando juntos, y a mi compromiso con mi recuperación y salud mental.
¿Volvería a hacer la terapia de sonido? Sin pensarlo dos veces. Encontrar espacios donde el sonido se convierte en un puente hacia lo más profundo de uno mismo es raro, y hacerlo en un lugar seguro, sin ninguna sustancia externa, es aún más valioso. Fue increíble experimentar el sonido de una manera tan vívida, conectada con todos mis sentidos.
Alejandra M.
CASO 2
Ingreso al consultorio del Dr. Orjuela, mi psiquiatra desde hace años, en quien confío plenamente. Me recuesto en su camilla, con inquietud y expectación. Como si mi mente estuviera en guardia ante alguna novedad. Cierro los ojos, y paulatinamente mi cuerpo se va distendiendo, mientras la respiración y el ambiente hacen que la mente cese poco a poco de hacer ruido.
Luego prorrumpieron los suaves sonidos, y al comienzo mi mente trató de sobreanalizarlos: su intensidad, de dónde provenían, qué instrumentos eran, cómo se tocaban. Sentí que mi mente era un pez inquieto de lado a lado. Pero luego algo mágico fue sucediendo: este travieso pececito se fue embelesando con los sonidos, y de seguirlos pasó a dejarse llevar por sus insinuaciones. Mi mente se fue sumergiendo en las melodías.
Mi experiencia inicial fue el asociarlos con situaciones o aspectos de mi vida pasada, llegando a sentir tristeza, nostalgia y luego alegría porque, aunque parezca extraño, me parecía muy hermoso que los sonidos en ese instante activaran en mí tantas sensaciones. Era el percatarme de lo vívido que era este momento, y me sentí pleno, como un río que de repente comenzó a reanudar su viaje veloz tras haberse hallado con un bloqueo de ramas que lo ralentizó.
Sentí a mi mente fluyendo con los sonidos, y así pasé a imaginar cómo las manos interpretaban los instrumentos, y cómo nuestro cuerpo no solo toca, sino que es también un simple medio para los sonidos; a ver paisajes imponentes, y ser el paisaje; a sentirme una llovizna descargada sobre la tierra, un pedazo de viento, agua y niebla a la vez, deviniendo, bailando… porque el sonido es una invitación a danzar con la vida…
Abrí los ojos, y me incorporé. Y fueron muchas las sensaciones. Me sentí renovado, relajado, sin el cansancio del día, con sus afanes y estrés. Me di cuenta de que, muchas veces, los sonidos los dejamos pasar desapercibidos; que se tornan en algo obvio y automático del mundo. Pero la terapia me mostró que una cosa es lo “obvio” y otra lo simple: lo primero es evidente y hasta monótono (porque no sorprende), y lo simple es comprender que tras lo más elemental se oculta una profundidad vital, que trasforma, que nos lleva a hacernos parte del mundo, ser el mundo… Pero todo depende de la atención.
Porque al detenerme y prestar una atención plena, los sonidos se volvieron algo mágico, e inusual: el sonido me susurró, me sedujo, me condujo por sus entresijos, y luego me volvió parte de su ser. Saliendo de la consulta sentía mi ser activo. Experimentaba el mundo con una mayor alegría y lucidez. Después de todo, la vida es un milagro, un regalo…
Juan David M.